lunes, 5 de octubre de 2015

Una excusa ingeniosa

El obispo Canossa, que vivió en Italia en el siglo XVIII, tenía una magnífica colección de piezas de plata finamente cinceladas, que constituía su orgullo. Las había hecho hacer especialmente por los más afamados orfebres y también las había reunido buscándolas en tiendas de antigüedades. Canossa apreciaba lo bello y también la paciencia y laboriosidad de los artesanos. Entre las piezas más valiosas figuraba una jarra, cuya asa era un tigre. Un amigo suyo se la pidió prestada argumentando que quería que le hiciesen otra igual, y aseguró que la devolvería pronto.

Como pasaron tres meses antes de que la jarra le fuera devuelta, Canossa mandó a buscarla, y el caballero la entregó. Transcurrió un tiempo, y el mismo amigo volvió a pedirle al obispo un salero, pieza única de la colección que tenía la curiosa forma de un cangrejo. Pero Canossa, sonriendo, le dijo al emisario:

-Dile a tu amo que lamento no poder prestarle el salero, pues si el tigre, siendo tan ágil, tardó tres meses en regresar, el cangrejo, ¿cuándo volverá?

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